Anoche fui a una cena de cumpleaños de una gran amiga, de esas con las que no te juntas, ni hablas a diario, pero sabes que siempre está…
Fue una velada agradable, encantadora, surgió casi de la nada y terminó en mucho. Pude compartir con amigos los cuales tenía “días” sin ver, darle un abrazo a nuestra Host que tenía unos añitos largos sin compartir con ella y al mismo tiempo conocer personas nuevas con las que conversé como viejos amigos.
El ambiente era perfecto, la mesa estaba decorada como si fuese una boda, todo a pedir de boca, incluidas las “velitas de té” que aparecieron y nunca se prendieron, je, je…chiste interno!.
Todo marchaba de manera espectacular, pero ustedes saben que cada uno a veces refleja o esconde aquella tranquilidad del desesperado…nos sentamos a cenar.
Las oraciones y bendiciones llovieron como lo que son, bendiciones y siempre agradecidos por lo que tenemos, compartimos, por nosotros…todo perfecto, hasta que crucé miradas con aquella silla vacía.
Éramos once comensales en una mesa diseñada para doce. Pero eso no me pareció extraño, lo bizarro era que la silla vacía tenía su puesto servido, como si esperara ser ocupada.
La culpa no era de nadie y no creo que nadie mas que yo se haya percatado de esto, pero de inmediato empezó mi conversación con aquella silla vacía…
De camino todos tenían que pasar a buscar a alguien, menos yo. ¿Cuántas veces he dejado de cocinar para no cenar solo y tener que cruzar miradas con aquella silla vacía?, ¿Por qué no sana la herida, sigo el camino y me olvido de aquel espacio desocupado?...fácil…no existe una herida, simplemente, está la silla vacía.
Dice mi querido amigo en una canción: “Como un navegante que ha perdido el rumbo y va directo hacia ningún lugar…” así estoy yo sin ti, pero con una diferencia...esta vez la brújula no está dañada…
Nada, ni nadie va a cambiar el rumbo de mi viaje, el foco en el horizonte, ni la fuerza de mis brazos que, ladrillo a ladrillo, clavo a clavo y sudor sobre sudor me he trazado.
El tiempo es nuestro confidente y Dios nuestro juez, que las palabras se vuelvan mudas, que los hechos no sean abstractos y que sea el hippie quien decida el destino errante, de aquella silla vacía.
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