Uno de mis grandes problemas con la Navidad (ya hemos hecho las paces a medias) es el cambio de actitud hipócrita de muchas personas…
De manera sorpresiva y como si fuese un real milagro de los cielos, las personas empiezan a intentar ser amables, te sonríen, te abrazan, te desean lo mejor y te expresan cuanto te “quieren”, pero no tienen ni siquiera tu número de teléfono…
A mi, la Navidad no me agrada. No por lo que simboliza, al contrario, me cae bien el gordo del trineo, la ilusión de los niños y para los creyentes (me incluyo aunque despierte dudas), la celebración del natalicio de un revolucionario ¡espectacular!... pero la jodieron…
A mi me gustan los días dispersos, al azar, esos que sin planificar, compartes con seres humanos de carne y hueso, esos que te conocen de verdad, esos que mirándote a los ojos saben si estás contento, triste o pasando por un momento difícil… esos que lloran contigo, de alegría, de dolor, de tristeza o simplemente por lealtad…
A mi me gustan los días dispersos…
Me encanta recibir mensajes de amigos que tienen tiempo sin verte diciendo: “Dime de ti”… me agradan los espaldarazos virtuales que te felicitan por un logro alcanzado, pero me gustan más las llamadas directas que empiezan con un “¿cómo estás?”… llamadas “random” que a veces, te salvan la vida.
A mi me gustan los días dispersos…
Los días que sin planificarlos, te reúnes con personas que amas, pero no forman parte de tu rutina diaria. Personas que cuando llega la hora de despedirse, te dicen lo mucho que te quieren, que te admiran y te piden, mejor dicho, te exigen, que les avises que llegaste bien a tu casa.
Esas personas, no siempre te van a abrazar en Navidad… no es necesario, porque siempre te llevan en sus brazos… sin contratos, sin letras legales… simplemente, te quieren.
Amo los días dispersos…
Los que me permiten decirle a mis hijos que los amo, los que me dejan besar a mi pareja todas las noches sin que sepa que mi insomnio, es consecuencia de la impotencia que me abruma por no poder corresponderle de igual forma la paz que ella plantó en mi campo de batalla y sin embargo, protege de manera cautelosa la trinchera que separa mi altar de mis enemigos, recoge mis velas cuando me quiero dejar llevar de “temporales” y clava mis alas a la tierra cuando llevo mucho tiempo volando sin rumbo fijo.
A mi me gustan los días dispersos…
Aquellos en los que sueño con ser “bombero” y que nadie se meta con mi identidad, los días que construyo “Castillos en el aire”, los días que me tropiezo siempre con las mismas piedras buenas, las que me pausan, las que me sonríen, las que me dicen: “Dime de ti”… “¿Cómo estás?”…
Amo los días dispersos…
Galop./
Noviembre 22, 2018.-